Artículo publicado en el Blog de la Fundación Europa de los Ciudadanos, el 25 de mayo de 2015
http://desmontandoalttip.net/cosas-que-no-te-contaran-sobre-el-ttip/Cosas que no te contarán sobre el TTIP
PEDRO CHAVES GIRALDO
El senado de los Estados Unidos aprobó el pasado viernes (22
de mayo) la que se conoce como Trade Promotion Authority, una ley de urgencia que otorga al Presidente
Obama poderes especiales para la negociación acelerada de los dos grandes
tratados comerciales cuya aprobación cambiará, sin dudarlo, la política
mundial: el TTP con Japón y otros países asiáticos y el TTIP con la UE.
Mediante esta Ley el Congreso de los Estados Unidos sólo tendrá 60 días para la
revisión de los Tratados, cuando estos sean aprobados y sólo podrá votar sí o
no al conjunto de los mismos, sin la introducción de enmiendas.
A los observadores les
han sorprendido un poco las prisas, de hecho que el senado delibere y vote un viernes
es sorprendente. El líder de la minoría republicana en el Senado, de acuerdo
con una buena parte de los demócratas ha enfatizado que este es un ejemplo del
Nuevo Congreso, trabajando codo con codo por el bien y el progreso de las
clases medias estadounidenses.
En un documento
publicado este mismo mes por la Oficina del Presidente Obama sobre los
beneficios comerciales de los acuerdos económicos[1]
se enfatiza este aspecto: estos tratados tienen como objetivo la defensa de los
intereses de las clases medias estadounidenses. Y se defienden ideas tan
originales como sorprendentes: por ejemplo, que el incremento del comercio
tendrá efectos beneficiosos sobre los salarios y derechos laborales porque al
aumentar la demanda de productos mejorarán las posibilidades de empleo; o
también que tendrá efectos beneficiosos sobre el medio ambiente por parecidas
razones: más comercio, más progreso mejores oportunidades para defender el
medio ambiente.
Más allá de lo
singular de los argumentos, lo destacable es la defensa que estos tratados
comerciales tendrán sobre la macroeconomía estableciendo una relación virtuosa
que expresa una de las contradicciones más llamativas de los defensores de
estos tratados de nueva generación: por una parte afirman que solo se trata de
tratados comerciales, por otra sus efectos beneficiosos nos harán a todos/as
más libres, prósperos y suponemos que felices.
Martin Wolf el
economista jefe de Financial Times[2] reconocía en un reciente artículo los
efectos limitados de los acuerdos comerciales (apenas un impacto del 1% en el
PIB estadounidense en los próximos diez años) pero defendía ardientemente su
firma como una alternativa al fracaso de la Ronda de Doha y dando por hecho que
es mejor libre comercio que nada. A continuación ridiculiza el Informe crítico
que el profesor Capaldo ha realizado sobre el TTIP argumentando que las
cuestiones macroeconómicas y las comerciales son diferentes, por ejemplo los
efectos sobre el empleo del libre comercio son variables macroeconómicas que no
deben incluirse en el análisis, ¿en qué quedamos?
En realidad, estamos
ante acuerdos que van mucho más allá de su posible y discutido impacto
económico o comercial. Como vemos los mismos defensores de los acuerdos,
incluida la Comisión Europea, reconocen el limitado impacto de la
liberalización comercial ¿y entonces?
Cuando se firmen estos
dos acuerdos de los que hablamos y sumando el Acuerdo EE.UU, Canadá y México, los tres juntos implicarán el 90% del
PIB mundial y el 75% de los intercambios comerciales. Pensémoslo por un
momento: más de dos terceras partes de la economía mundial estarán reguladas
por acuerdos que van a limitar aún más la capacidad de los estados para
realizar políticas públicas. Es en este punto en el que adquieren toda su
importancia los mecanismos de resolución de disputas entre estados e inversores
o la cooperación reguladora. En realidad, ninguno de los dos mecanismos es
indispensable para la firma de un acuerdo de libre comercio, pero sí lo son
para asegurar que la política no interfiere en la “libertad de mercado”. En un
mundo globalizado como el nuestro, estas constricciones y reservas a la
capacidad de las sociedades para regular aspectos esenciales de sus vidas,
implica una perspectiva agónica para la democracia y para las potencialidades reguladoras
de las políticas públicas.
No menos de seis informes
han puesto de relieve en los últimos cinco años que el incremento de la
desigualdad ha aumentado espectacularmente en los últimos veinte años. El
último un informe de la OCDE[3]
que advierte de que estamos ante la presencia de registros de desigualdad
desconocidos en nuestras sociedades.
Así es que la
importancia de estos acuerdos comerciales y de sus mecanismos más visibles: los
ISDS y la cooperación reguladora, son la auténtica constitución de la
globalización. Son la soñada camisa dorada con la que Friedman –y los
neoliberales desde entonces- han buscado condicionar la capacidad de la
democracia para regular la economía.
Una segunda idea no
siempre visible en los análisis sobre el TTIP se refiere a su dimensión
estratégica. Como dice sin rodeos Bruce Stokes de la German Marshall Fund de los Estados Unidos: “el objetivo es
asegurar que el capitalismo versión occidental permanece como la referencia
mundial frente al capitalismo de estado chino”. Más claro imposible.
El mismo Barak Obama
ha reiterado la comparación entre el acuerdo comercial con la UE y la alianza
diplomática y militar representada por la OTAN. El TTIP como una OTAN
económica.
Frente a la pujanza de
China y otras naciones emergentes, estos acuerdos comerciales pretenden
reconstruir la arena internacional proponiendo una nueva unipolaridad bajo
mandato estadounidense. Tenemos aquí una respuesta, no la única, de los Estados
Unidos después de sus fracasadas experiencias en Irak: una unipolaridad
civilizatoria basada en una economía de mercado, globalizada, neoliberal y con
capacidad para imponer sus reglas del juego en todo el planeta.
Estas corrientes de
fondo, estas dimensiones estratégicas y estructurales de los acuerdos
comerciales, nos ayudan a entender la obstinación con la que se siguen
defendiendo propuestas indefendibles –como la de los ISDS- frente a la
evidencia de su condición innecesaria y sus evidentes riesgos. Los que llevan
décadas impulsando estos acuerdos no van a cejar en el empeño. Nosotros y
nosotras, los de abajo, tampoco deberíamos. Nos jugamos mucho más que ellos.
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