martes, 17 de mayo de 2011

Indignados, no resignados y politícamente activos

Las manifestaciones de ayer en España, convocaron a decenas de mils de personas, la inmensa mayoría de ellas, jóvenes. La media de edad de las movilizaciones daba cuenta de que los y las que ocupaban las calles eran gentes que no cumplían los 30, que hacían ver su condición de generación precaria y harta de que les ofrezcan un futuro sin futuro.

Sorprendía, también, la madurez de las reivindicaciones. Quedaban claramente señalados los problemas y sus responsables, la crisis como tema central y las consecuencias de la misma para toda la sociedad como denuncia. Era una manifestación de gentes que sabían a qué habían ido, que querían visibilizar su malestar y que seleccionaban bien los adversarios. La banca, el sistema financiero y los grandes poderes económicos como principal enemigo y responsables, todos, de la situación a la que hemos llegado. Y los políticos, pero no todos, como cómplices imprescindibles de este atropello. No hay excusas frente a la cobardía de los que se han plegado, sumisos, frente a las exigencias de los poderes económicos. Y menos aún, indulgencia frente a aquellos que, además, amparan y defienden lo ocurrido. Para saber el cinismo que se gastan los mamporreros a sueldo del poder, nada como ver Inside Job y contemplar, con asombro, las respuestas insultantes de profesores universitarios, asesores de todo tipo y dirigentes empresariales antes las evidencias sobre su comportamiento conscientemente delictivo. Pero no todos los políticos son igual de responsables. Los comunicados oficiales, la convocatoria de la acción colectiva y las propias consignas de los manifestantes diferenciaban entre aquellos que habían tomado decisiones y aquellos que se habían resistido a las mismas. Los y las manifestantes señalaban claramente al PSOE, PP, CiU, PNV y Coalición Canaria como actores imprescindibles en el saqueo de recursos públicos y en el empeoramiento subsiguiente de la mayoría de la población.

La juventud mejor formada de nuestro país, aquella con niveles de capacitación envidiables y una voluntad real de ser útiles a la sociedad, se encuentra sin futuro y sin perspectivas gracias a la satrapía de un modelo económico al servicio de los ricos, sin más. Y a los que exime de pagar por sus desmedidas ambiciones y los desastres que generan.

Por primera vez en la historia de nuestro país, pero también en la historia moderna de algunos países del primer mundo, la generación actúal vivirá peor que sus padres. Lo acaba de decir el Fondo Monetario Internacional después de alabar la política del gobierno de Zapatero.Es un dato estremecedor.

El dato esperanzador es que, frente al mito de la juventud despolitizada, emerge un nivel de consciencia y contestación desconocido hasta ahora y con una vocación política muy evidente.

En relación con los actores significativos concernidos por los temas de la movilización y por la movilización misma, destaca la ausencia de los sindicatos mayoritarios. Es una triste evidencia, debo decir, y un exceso de vista o un exceso de miopía. Podría ser un exceso de vista considerando, a priori, que la fragilidad de las redes que convocaban las manifestaciones, no hacían fácil vaticinar un éxito de las mismas, o, cuando más, la presencia de la extreme gauche de costumbre. Se equivocaron, subvaloran repetidamente el malestar social difuso que la situación está creando. Precisamente, ellos podrían seguir siendo agentes de politización. Lo han sido en determinados momentos y en los últimos meses, han renunciado a ese papel de representación política a favor de una gestión de intereses corporativos. Argumentan que no es a ellos a los que corresponde ese rol representativo en un sistema democrático, pero aquí también se equivocan. Los viejos moldes de la representación política han saltado por los aires hace tiempo y los actores que hoy representan, de algun manera, el pensamiento y la cultura de izquierda crítica, deberían pensarse como espacios de referencia para la sociedad civil, para la mayoría de la sociedad. Por otra parte, lo que está ocurriendo no puede ser interpretado en clave de conflicto "sindical". Ya no lo es. No están en juego solo -con ser esto muy importante- conquistas sociales o laborales. Está en cuestión un modelo social de integración y un modelo político de participación democrática. El nivel de concentración de riqueza al que estamos llegando hace bueno esa reflexión de un Juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos que decía: "podemos tener democracia o concentración de la riqueza, pero no podemos tener las dos cosas al mismo tiempo".

Por eso, que organizaciones sindicales no estuvieran ayer en estas movilizaciones es una mala noticia. Se corre el riesgo de que los sindicatos mayoritarios alcancen niveles de deslegitimación similares a los que ya tienen los partidos políticos. Y eso sería un desastre para la izquierda social y política de este país. Es muy importante ayudar a recomponer los puentes con estos sectores sociales que no pueden sentirse abandonados, bajo ningún punto de vista, por los sindicatos mayoritarios.

La segunda cuestión, esta en términos más sustantivos, hace referencia a la necesidad de reflexionar sobre un modelo y un sistema que condena a una generación -de momento a una- y la propone, únicamente, un escenario de abandono y caridad. Una generación con niveles de formación espectaculares que asiste, atónita, a una situación en la que observan como el 27% del PIB de sus países y de la Unión Europea se gasta en salvar a los responsables de la mayor crisis económica de nuestra historia y que este atraco a las arcas públicas se hace con la complicidad de una parte importante de la clase política. El resultado de este latrocinio, son además, recortes significativos en el estado del bienestar y, sobre todo, en la capacidad de los estados democráticos para acometer políticas públicas que promuevan el bienestar y la inclusión de toda la sociedad.

Pues bien, las manifestaciones de ayer vienen a mostrar que hay una parte importantísima de esta sociedad que quiere decir "basta" a este estado de cosas. El malestar difuso existente hasta ahora se expresaba en forma de rechazo genérico a la política y a los políticos, puede ser que a partir de ahora conozcamos una desafección más selectiva y, sobre todo, una voluntad de recomponer la representación política que altere, significativamente, el panorama de los sistemas de partidos que hasta ahora conocemos. Véase lo ocurrido en la década de los noventa en América Latina y sus consecuencias.

Pero, de momento, avengámonos a felicitar a una generación que ha salido de la resignación y reclama, desde la dignidad, un espacio social y político. Es verdad que ayer había muchas voces y que algunas de las que se dejaron oir, no suscitaban, precisamente, la simpatía, pero, sin hacer un ejercicio de indulgencia, que no toca, convendría anotar que demandar a la sociedad que denuncia que, además, lo haga con la complejidad de matices y la inteligencia que los mayores no tienen siquiera para protestar es un poco excesivo.

Pero admitamos que existe un riesgo real de que el malestar se convierta en una puerta abierta a una impugnación anómica de los sistemas democráticos. O que, por la vía de denunciar la insuficiencia de la representación política, se cuele el tumor de la crítica autoritaria a los modelos democráticos. Pero para que eso no pase, queda el empeño de acompañar este itinerario de denuncia y protesta y contribuir, desde la experiencia, a que la politización que se produzca ofrezca alternativas que promuevan la inclusión política y una reformulación de la representación política y de las instituciones que la ejemplifican (partidos políticos, parlamentos etc..).

Por otra parte, la protesta de ayer pone de manifiesto que el conflicto no se ubica solamente en el eje de la distribución. No es un conflicto por "el reparto del pastel", es una denuncia sobre el modo en que se hace el pastel, por los recursos que se usan y también por el reparto del mismo. Es una impugnación global del sistema. Es importante para la izquierda alternativa entender esta dimensión global y compleja del mismo en la perspectiva de incrementar sus posibilidades de representación política de estos sectores.

Por último, pero no menos importante, las movilizaciones de ayer golpean el núcleo duro de la dimensión político-cultural del pensamiento dominante: no hay nada más que se pueda hacer. A esta formulación política de la resignación (ya defendida por M. Tatcher) se le añade esta "naturalización" de la crisis, según la cual lo que nos ocurre tendría parecidas causas a las de un Tsunami o un terremoto: cosas que pasan.

Los lemas y las misma convocatoria de ayer se sacuden esta espantajo de "lo normal" y proponen una lectura claramente política de lo que ocurre. Una perspectiva politizada y comprometida. Es un escenario claramente contrahegemónico desde el que poder levantar propuestas alternativas.

Ayer fue un día feliz. Un día para pensar que hay esperanzas, no solo para la resistencia, también para el cambio.

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