miércoles, 18 de junio de 2014


Elecciones europeas: entre la crisis de legitimidad y la crisis política
Pedro Chaves Giraldo, Profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y miembro de EconoNuestra.
Publicado el 18 de junio en la Revista Estudios y Cultura nº 62, de la Fundación 1º de Mayo
http://www.1mayo.ccoo.es/nova/NNws_ShwNewDup?codigo=4584&cod_primaria=1158&cod_secundaria=1158#.U6KAkC__tVN

Estas elecciones europeas han cundido mucho y prometen no haber agotado todavía su caudal interpretativo. De hecho, esta contribución se suma a ese impetuoso río de tinta vertido ya –y por verter- interesado en responder a la pregunta: ¿qué ha pasado de nuevo en estas elecciones?
En esta ocasión, algo singular ha ocurrido, y la divergencia extrema de interpretaciones sobre los resultados da buena cuenta de ello. El mismo día y en la misma página un periódico de tirada nacional[1] publicaba dos artículos diferentes de dos conocidos representantes del mainstream europeísta, dando explicaciones radicalmente disímiles respecto a la interpretación de los resultados. Si para una de las articulistas los datos evidenciaban que “la opinión pública europea ha reaccionado con contundencia a lo que percibe como excesos de la integración”, para el otro  los resultados no pondrían de manifiesto el exceso de Europa, si no la insuficiente Europa social: “La agenda de la Unión (y del Parlamento Europeo) en estos comienzos de siglo tiene un objetivo central: la Europa social y de los ciudadanos”. Es decir, más integración.
No obstante, en ambos casos subyace una idea que a mi juicio es el primer mito a desmontar y a someter a crítica: la posibilidad de realizar un análisis global e integrador de los resultados de estas elecciones europeas. Basándonos en los datos disponibles, tal afirmación es insostenible y pone de manifiesto hasta qué punto no existe a día de hoy un espacio público europeo. Como intentaré demostrar, los resultados tienen una lectura nacional referida a las fracturas políticas, agendas y actores propios y específicos de cada estado. En cambio, pueden extraerse dos conclusiones adicionales que apuntan a una tendencia de cambio en esta perspectiva: una politización irreversible del proceso de integración europeo, y una fractura norte-sur en términos de representación del descontento y de la desafección.

1. De los datos en Europa

Aunque no es un dato de fácil interpretación, el hecho es que por primera vez desde el comienzo de las elecciones europeas (1979), se ha detenido la caída de la participación. Bien es verdad que el alza ha sido muy ligera respecto a los comicios de 2009 -apenas 0,9 puntos (43,09%)- y con enormes disparidades.
Entre los resultados más bajos de participación, llaman la atención los porcentajes en Eslovaquia (13%); en la República Checa (19,5%) o en Eslovenia (20,96%).
Cuatro países registran un incremento significativo de la participación en las elecciones en relación con el año 2009[2]: Lituania (+23,9 puntos), Grecia (+5,5), Alemania (+4,6) y Rumania (+4,4). En sentido contrario, en 7 países se ha conocido un retroceso significativo en la concurrencia a las urnas: Letonia (-23,6 puntos), Chipre (-15,5), República Checa (-8,7), Eslovenia (-7,4), Estonia (-7,4), Hungría (-7,3), Irlanda (-7) y Eslovaquia (-6,6).
Es muy difícil generar una interpretación general. Parece que la única razón que puede aducirse para explicar los incrementos tiene que ver con la coincidencia de las elecciones europeas con otros comicios en algunos países (Lituania, Grecia y Rumania) (presidenciales, regionales y/o locales). En cuanto al descenso, es llamativo el hecho de que afecte mayoritariamente a países del centro y del este de Europa, aunque no solo. En todo caso las variaciones en la participación y el modo en el que el clivaje europeo se ha situado en ese escenario únicamente pueden explicarse desde el espacio estatal-nacional.
En España, el ligerísimo alza en la concurrencia a las urnas (del 44,9% en 2009 al 45,84% en 2014) parecería indicar que la Unión Europea no ha sido un factor galvanizador de la participación, pero tampoco de la desafección. Es decir, la abstención no ha sido el modo en el que se ha expresado el descontento o la distancia respecto a la política, que era una variable a observar en este proceso. Ésta es una primera razón para ser muy prudentes respecto a la extrapolación de datos a otros futuros comicios.
En segundo lugar, la comparación de datos agregada a nivel europeo dibuja un mapa de una cierta estabilidad en la que irrumpen, eso sí, fuerzas políticas cuya hostilidad al proceso de integración europea es manifiesto y visible, habiendo sido además elemento central en su campaña electoral. En esta tabla puede observarse el reparto de porcentaje de voto y número de escaños por grupo parlamentario en 2009 y 2014.

GRUPOS POLÍTICOS
Elecciones 2009. Porcentaje de votos
Elecciones 2009. Número de diputados
Elecciones 2014. Porcentaje de votos
Elecciones 2014. Número de diputados
Partido Popular Europeo (PPE)
35,77%
274
29,43%
221
Socialistas y Demócratas (S&D)
25,59%
196
25,4%
191
Conservadores y Reformistas  (CRE)
7,44%
57
8,39%
63
Alianza de demócratas y liberales por Europa (ADLE)
10,83%
83
7,86%
59
Verdes/Alianza Libre Europea (Verts/ALE)
7,44%
57
7,19%
54
Izquierda Unitaria europea/Izquierda Verde Nórdica (GUE/NGL)
4,57%
35
6,92%
52
Europa libertades y democracia (ELD)
4,05%
31
4,26%
32

No inscritos
4,31%
33
5,73%
43
Otros


4,79%
36
Fuente: elaboración propia a partir de los datos suministrados por el Parlamento Europeo. El grupo “Otros” hace referencia a los eurodiputados/as de los cuales, a fecha de elaboración del artículo, se desconoce la ubicación en la Eurocámara. De esos 36, 17 son los que aporta el Movimiento 5 Estrellas en Italia, y el resto son todos eurodiputados de extrema derecha, lo que significa que la asignación de diputados/as por Grupo sufrirá algunas alteraciones finales.
Los datos muestran una importante pérdida de votos y escaños en el conjunto de fuerzas de derecha, que pasa del 54,04% al 45,68%, y de 414 a 343 eurodiputados/as. La izquierda pasa de un 37,6% en las elecciones de 2009 a un 39,51% en las del 2014, y de 288 a 298 eurodiputados, aunque conviene destacar que el incremento porcentual y de eurodiputados lo aporta en exclusiva el GUE/NGL.
Es decir, si el único elemento significativo de análisis fuera el desplazamiento de votos en el eje izquierda-derecha el resultado debería leerse en términos de una importante continuidad. La derecha habría conseguido mayorías absolutas en 4 estados miembros: Polonia (70,8%), Letonia (68%), Luxemburgo (52,3%) y Hungría (51,4%). Además, la derecha está o sigue en cabeza en otros trece países. En el resto de estados miembros, continúan a la cabeza los partidos de izquierda que habrían desplazado a la derecha como opción preferida por el electorado en 7 estados miembros: Italia, Portugal, Malta, Lituania, Suecia, Rumanía y Eslovaquia.
Pero el eje probablemente más significativo en estas elecciones es el que se refiere al eje dentro-fuera del sistema, en su relación con la Unión Europea. En lo referente al eje dentro-fuera del sistema, los enunciados compartidos[3] hacen de la desafección a la política tradicional y la crítica específica a las élites un punto de encuentro de varias y antagónicas tradiciones políticas. Respecto a la relación con la Unión Europea, las fuerzas de derecha y extrema derecha vinculadas con este clivaje se han posicionado contundentemente contra la Unión Europea, demandando de manera expresa la salida de su país del proceso de integración o reformas que harían irreconocible el actual edificio comunitario. Las fuerzas de izquierda que se han situado en este eje aun haciendo una crítica intensa del actual proceso de integración, han preferido realizar un discurso matizadamente europeísta y pro-integración.
La extrema derecha ha obtenido representación en 13 países de la UE, consiguiendo en tres de ellos más del 20% de los sufragios, esto es, en Reino Unido, Dinamarca y Francia. Ha obtenido también más del 10% en otros cinco estados: Austria, Hungría, Holanda, Finlandia y Polonia.
Los partidos de izquierda que podrían referenciarse en este eje dentro-fuera han conseguido representación en 10 países. Aunque en el cómputo total tanto de diputados como de votos habría que decir que éste es un espacio donde hoy por hoy, la derecha vence claramente a la izquierda.
Esta realidad abona la idea de que la representación del descontento y de la desafección sólo puede interpretarse en clave estatal-nacional. Es decir, el modo en el que se ha politizado en cada país el descontento y el discurso anti-élites es el que nos permite explicar y entender las fuerzas que han emergido alrededor de este eje de representación.
En segundo lugar, conviene también recordar que la desafección, el descontento y la ira contra el establishment o la “casta” no es, aún, política. La representación de ese espacio requiere y precisa de un contexto de socialización que le ofrezca enunciados explicativos y marcos conceptuales, cognitivos y emocionales de referencia. En este punto, conviene no olvidar que el subtexto de todas estas mediaciones sigue residiendo en el eje izquierda-derecha, pues este eje conserva una potentísima capacidad de integración y de sentido para otras fracturas políticas emergentes. Considerando la abstención existente en este proceso electoral, es importante no olvidar este dato.
En tercer lugar, se ha dado en estas elecciones una situación que ha favorecido la ubicación central de la UE en las cuestiones sobre las que se articula el eje dentro-fuera del sistema.
Los datos del eurobarómetro standard nº 80[4] (de finales de 2013) ya ponían de manifiesto que la UE había pasado de ser una solución a convertirse en un problema. Los niveles de desafección eran desconocidos, y expresaban hasta qué punto la UE era señalada como responsable por las políticas de austeridad y por el impacto de las mismas en algunas poblaciones.
Según los datos de este eurobarómetro, la UE estaría pasando por su peor momento en términos de apreciación por parte de la ciudadanía europea. La imagen de la UE se ha deteriorado en más de 23 puntos desde el año 2001. En la actualidad, sólo un 31% de los encuestados dice tener una imagen positiva de la UE, frente a un 39% que la tiene neutra y un 28% que la tiene negativa. La distancia entre la imagen positiva y negativa, que en 2001 era de 37 puntos a favor de la positiva, hoy es de sólo 3 puntos. Un 66% de la ciudadanía de la UE considera que su voz no cuenta para nada en los asuntos comunitarios, y este indicador, al igual que otros, pone de relieve la aparición y consolidación de una fractura Norte-Sur que hasta ahora no existía, no al menos con semejante intensidad. A la pregunta de si se sienten o no ciudadanos de la UE, un 59% contesta que sí en términos agregados, frente a un 40% que niega sentirse ciudadano de la UE. Pero estos indicadores son radicalmente distintos siguiendo esta fractura Norte-Sur: en Alemania, 73% responden “sí”, frente a un 26% de respuestas negativas ; en cambio en Grecia, 58% responden “no” frente a un 42% que sí se consideran ciudadanos de la UE.
Los resultados de las elecciones ponen de manifiesto la existencia de esta fractura y una división en la representación con resultados imprevisibles. Los resultados de las fuerzas agrupadas en torno al GUE/NGL han sido buenos en Grecia, Portugal, Irlanda y España, es decir en aquellos países obligados a realizar enormes sacrificios con altos costes sociales en función de las exigencias de la UE.  En los países del Norte con una situación económica relativamente saneada y con bajas tasas de desempleo, como Dinamarca, Austria, Finlandia, Holanda o Suecia, los resultados de la extrema derecha han sido muy altos y los temas de la agenda en esta campaña han gravitado alrededor de la inmigración, la identidad nacional y la soberanía. El caso de Francia se explica si consideramos su situación interna: un importante desgaste del Partido Socialista y, especialmente, del Presidente Hollande y una derecha que venía del fracaso de la experiencia de Sarkozy. El FN ha conseguido galvanizar el descontento y dominar la agenda política alrededor de la “responsabilidad del sistema” en la situación de crisis; el papel central de la UE en ese sistema y los efectos de la “globalización neoliberal”.
Los datos demoscópicos y de las encuestas parecen apuntar hacia la consolidación de un espacio de representación política que expresaría el “egoísmo del bienestar” en los países ricos, frente a la demanda de “una Europa social” en los países del sur. Es un legado muy amenazador para la vida del proceso de integración europea y la resultante de una enorme inconsciencia en el liderazgo de la UE en relación con la crisis económica.
Por último, podemos afirmar que se ha producido una politización indiscutible del proceso de integración. Este proceso, que comenzó en los países del Centro y Este de Europa después de la Gran Ampliación (2004) ha llegado ya al corazón de los viejos países europeos, de aquellos que construyeron la Unión que hoy conocemos. A partir de este momento tres ejes de diferenciación articularán el conflicto político al interior de nuestros países: el eje izquierda-derecha; el eje dentro-fuera del sistema; el eje UE sí-UE no. En algunos países, como España, a estos ejes habrá que sumar un cuarto: el eje centro-periferia. Puede parecer un contexto de incertidumbre, pero conviene que pensemos la política dentro de estos esquemas interpretativos en los próximos tiempos.

2. Y en España, ¿qué ha pasado?

A mi juicio los dos datos más relevantes de las pasadas elecciones son, por un lado, la crisis del bipartidismo, y por el otro, el proceso de recomposición política en el espacio de la izquierda.
El dato más contundente y relevante de estas pasadas elecciones es el golpe electoral que el bipartidismo ha recibido en nuestro país. Ambos partidos han perdido más de 30 puntos porcentuales y más de 5 millones de votos, lo que supone una sangría histórica y sin precedentes. El resultado ha ido mucho más allá de lo que cabía presumir. Las encuestas ofrecieron expectativas que prácticamente en ningún caso bajaban del 60% de los votos entre las dos principales fuerzas políticas en España. Así, la sorpresa fue mayúscula y el impacto significativo.
Por otro lado, la abdicación del Rey Juan Carlos ha venido a incrementar esa sensación de fin de ciclo o de crisis institucional que hemos vivido desde el fin de las elecciones.
Viendo la respuesta de algunos de los principales medios de comunicación, todo indica que se aprestarían a intentar reconducir la situación combinando dos discursos: los riesgos de la situación actual, y la conveniencia de acometer reformas que refuercen el pacto constitucional y aíslen a las fuerzas con mayor potencial disruptivo.
De todos modos, en términos políticos e institucionales, conviene recordar que el bipartidismo es mucho más que el resultado de una suma de votos en procesos electorales competitivos; más incluso que la coincidencia regular de ambas familias políticas en las cuestiones más significativas de la agenda política.
Es también una manera de entender la gobernabilidad de un país; de comprender los límites de la política marcando una diferencia entre lo posible y lo utópico; es un modo de pensar las instituciones y lo que es o no admisible; es un conjunto de recursos comunicacionales, institucionales, económicos, al servicio del mantenimiento de un escenario excluyente y monista en términos políticos.
Visto así conviene advertir que el resultado de las elecciones del pasado 25 de mayo ha sido un duro golpe electoral al bipartidismo y una impugnación de la cultura política que lo alienta y lo sustenta. Pero el resto de aspectos que hemos mencionado no han desaparecido, y por lo tanto, parece prematuro dar por finalizado este momento de nuestra historia política.
Otros dos aspectos relevantes que resaltan de los datos hacen referencia a que, por primera vez, en nuestra historia electoral, la suma de votos de las fuerzas de izquierda no socialdemocráta se acercan a los resultados del PSOE de un modo cercano al empate estratégico. Es una situación inédita, que se suma al segundo factor novedoso y sorprendente: la irrupción de Podemos y la reconfiguración del espacio político en el seno de la izquierda alternativa.
La combinación de estos dos aspectos ofrece un escenario de recomposición en el seno de la izquierda cuyos ejes articularán tanto una agenda de radicalidad democrática e impugnación del sistema político, como unos discursos y discusiones de carácter programático que en el corto plazo, aparecen claramente subordinados al primer aspecto.
La irrupción de Podemos habla con claridad del legado del 15M, de su capacidad de enunciación y de construcción de sentido común. El movimiento de los indignados había creado una ventana de oportunidades que no se subordinaba sin más a la lógica izquierda-derecha, y que reclamaba una diferenciación de la política tradicional que IU no estaba en condiciones de representar.
Habrá que observar el efecto que esta recomposición de la izquierda tiene sobre la movilización social misma. En términos comparados no siempre la aparición de una representación política de los movimientos sociales se ha compadecido con el mantenimiento de la protesta y de la resistencia social.
Aún es pronto para saber si Podemos superará el proceso de institucionalización que la situación le exige. Sus fundadores/as han generado una dinámica muy exigente en términos de procedimientos democráticos, transparentes y de empoderamiento ciudadano que presionará permanentemente sobre la nueva realidad de este partido como actor político.
La conclusión en este punto es que se ha creado un escenario inédito, inestable y con un alto potencial de cambio. Las viejas dinámicas no han desaparecido y no es probable que lo hagan a corto plazo, pero han aparecido nuevas reglas y nuevos jugadores que han introducido elementos novedosos de presión sobre el conjunto del sistema. Ahora viviremos la capacidad de éste para digerir la nueva situación y espantar o gestionar los riesgos y las oportunidades.
Hay una importante crisis de legitimidad de la política tradicional que no es, a mi juicio, una crisis de legitimidad del sistema mismo. Pero es una situación que puede evolucionar rápidamente en varias direcciones y una que no conviene excluir es una crisis política del conjunto del sistema.





[1] Ver El País (edición nacional) de 10 de junio de 2014, los artículos de Ana Palacio, “Mensajes del 25 de mayo” y de Diego López Garrido, “Europa social contra eurofobia”.
[2] Los datos que aparecen en este artículo han sido elaborados a partir de los disponibles en la base de datos de estas elecciones al Parlamento Europeo: http://www.resultats-elections2014.eu/fr/election-results-2014.html
Y de la Fundación Robert Schumann:
 http://elections-europeennes.robert-schuman.eu/
[3] En este espacio dentro-fuera se ubican fuerzas tan diferentes como el Frente Naciona, El Movimiento 5 Estrellas o Podemos.
[4] http://ec.europa.eu/public_opinion/archives/eb/eb80/eb80_en.htm

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