La derecha extrema que nos gobierna
Hasta donde yo recuerdo la expresión "derecha extrema" fue usada por primera vez en sede parlamentaria por Gaspar Llamazares, entonces Coordinador General de IU y Portavoz parlamentario de IU-ICV, frente al presidente Aznar en el debate del estado de la nación del año 2001. Después el PSOE hizo un uso discreto del mismo en algunas ocasiones. Pero la acción de gobierno de estos meses ha puesto en valor el calificativo: la derecha extrema que nos gobierna tiene un objetivo decidido y aprovecha la oportunidad que la crisis le brinda. El objetivo es el desmantelamiento definitivo del estado social y un cambio radical en la capacidad de los actores sociales para negociar su situación. Se sigue el guión que los neocons ya han puesto en marcha -con diferente éxito- en Estados Unidos o Gran Bretaña.La crisis aparece hoy como una oportunidad para esta derecha de dejar a un lado los límites del decoro político y justificar su programa de máximos en nombre de la fatalidad y/o la necesidad. Naomi Klein recordaba en su libro sobre la doctrina del shock, como apenas un mes después de que el huracán Katrina devastara New Orleans en 2005, arrasara la ciudad y matara casi a dos mil personas, Milton Friedmann escribía en una columna periodística sobre la oportunidad para acabar de una vez con la enseñanza pública en la ciudad. Y lo consiguieron, el gobierno del inútil e incompetente Bush aprobó una ley por la que se creaba una modalidad de escuelas charter que terminaban con la escuela pública. Fueron despedidos miles de trabajadores y se acabó con el poderoso sindicato de la enseñanza, de paso. Era un ejemplo de la condición doctrinaria de los neocon y también de su pérdida de cualquier compasión. El capitalismo compasivo reducía su empatía con el resto de la humanidad a las obras de beneficiciencia, como ha hecho desde siempre.
Ahora operan de la misma manera: la crisis como excusa para devastar -como el huracán- los servicios públicos y producir un cambio de naturaleza política radical. Si sus propuestas se consuman, la capacidad de los y las de abajo, de la mayoría, para revertir la situación habrá empeorado sensiblemente, al menos por las vías legales e institucionales ofrecidas por la democracia liberal.
La encuesta del CIS pone de manifiesto esa sectarización del PP, el mantenimiento de un núcleo duro que frente a las evidencias sigue apoyando al gobierno. Parece difícil de creer, pero un 36,4% de los votantes del PP afirman que el gobierno lo está haciendo bien o muy bien. Y un 56,8% de los mismos mantiene un elevado grado de confianza en el presidente Rajoy. Conviene saber dos datos más: que la valoración en el resto de los partidos no llega al 3% en estos dos items, excepto en la UPyD que alcanza casi un 9,7% de apoyos.
La sectarización habla del alejamiento espectacular de ese núcleo duro respecto a las medias de opiniones del resto de la sociedad. La soledad de la derecha extrema no es solo parlamentaria, es también social y política. Pero es una soledad amparada por los mamporreros mediáticos, los pesebristas de todo tipo, el poder económico y la Iglesia católica postrada ante los ricos que representa Rouco Varela. Es un atrincheramiento minoritario pero con mucha visibilidad.
Es importante saber esto porque la otra parte de los datos dice de la desafección de una parte de su electorado que ha perdido con una inusitada rapidez la confianza en el gobierno y su presidente. Apenas 8 meses después de las elecciones el 40,8% de los votantes del PP dice que confia poco o nada en el presidente que apoyaron. Y aún más preocupante para las filas conservadoras: cae el nivel de fidelización de manera espectacular. Solo el 62% de los que votaron al PP en noviembre le votarían hoy.
Además del interés sociológico, estos datos plantean un problema político y democrático de primera magnitud. Si ya es injusto que un partido que no ha conseguido la mayoría política en las elecciones gobierne con mayoría absoluta en el parlamento, gracias a la ley electoral, a fecha de hoy la sociedad que apoya la ofensiva contra el estado social es una parte claramente minoritaria de la misma. En román paladino: la derecha extrema carece de legitimidad para seguir desarrollando su programa de desmantelamiento del estado social. Tiene la legalidad de su parte, pero no la legitimidad. Y esto habilita al resto de las fuerzas políticas para usar -en extenso- otras estrategias de oposición al gobierno.
Si esto hace a la derecha, la socialdemocracia mantiene un suelo electoral digno, pero se hunde como alternativa política. Se hunde de una manera insultante, para añadir más. No es comprensible que con los datos que aporta el CIS, Rubalcaba no haya presentado su dimisión. Los propios votantes del PSOE valoran de manera negativa la oposición que el PSOE está realizando. Y el crédito de Rubalcaba ante sus votantes está por debajo de la desconfianza que produce.
Pero ni Izquierda Unida ni el resto de la izquierda alternativa recogen, en términos de intención de voto, el descontento, la desafección y las ganas de cambiar las cosas. Los datos dicen que IU no se consolida como alternativa, todo lo más, como el refugio de votantes socialistas despechados por la traición de los suyos, pero es poco para lo que nos estamos jugando.
Más allá o más acá del juicio de valor sobre la calidad de la oposición que la izquierda alternativa pueda estar realizando en sede parlamentaria, el escenario dice de otras muchas oportunidades que deben ser exploradas con urgencia.
Construir un bloque social y político alternativo no es un hecho natural. Como hemos dicho más veces, lo natural en el contexto en el que estamos es una salida populista o similar. Tal es así que quien más crece en expectativa de voto es UPyD, por si alguien tenía dudas.
La estrategia parlamentaria debe compatibilizarse con una estrategia de insumisión civil visible, sugerente y atractiva. Una ocupación diferente y alternativa de los espacios públicos y una capacidad de ensamblar las experiencias de resistencia existentes que camina con mucha lentitud. No se trata de suplantar la labor de los sindicatos de clase, tampoco las de movimientos sociales y otras formas de resistencia social. Se trata de proponer, articular, orientar y llegar allí donde otros no llegan, ni imaginan.
Es imprescindible construir espacios de contrapoder popular frente a la evidencia de la crisis de representación de la política tradicional y para evitar, precisamente, que la desafección a la política adquiera tintes neofascistas.
Sería una idea a considerar poder organizar un Encuentro social para salir de la crisis, una experiencia de participación colectiva, global que sume esfuerzos y visibilice de manera organizada la oposición frontal del conjunto de la sociedad frente a las políticas de terrorismo social que practica el PP.
Hay mucha dificultades, también muchas oportunidades. Es el momento.
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