Confluir e ilusionar: necesitamos las dos cosas
Vaya por delante que la perspectiva de un encuentro electoral entre IU y Podemos me parece una muy buena noticia. Me parecería aún mejor novedad que este encuentro se ampliara al conjunto de fuerzas significativas dentro de la izquierda alternativa. Eso significaría una coalición más amplia con una perspectiva estatal que integrase de manera creativa la diversidad plurinacional de nuestro estado.
Lo que la mayoría de las encuestas reflejan, hasta el momento, es que esa posibilidad electoral sería la única novedad significativa en la próxima cita ante las urnas. Un acuerdo amplio de las izquierdas alternativas sería la manera de introducir una variable de cambio que alterase la química política producida por este interregno electoral. Uso la expresión gramsciana de interregno con la conciencia de que vivimos un tiempo crítico de conflicto entre lo viejo y lo nuevo y estas elecciones son un eslabón significativo en esa pugna y en su eventual resolución.
Si esa situación de acuerdo electoral no se produjera el balance electoral previsible no sufriría alteraciones significativas: desplazamientos menores de votos al interior de los bloques izquierda y derecha y un mapa electoral muy similar al de las elecciones de diciembre 2015.
Eso significaría una victoria llamativa de los “partidos del sistema” frente a las opciones de cambio. A estas alturas no debería haber ninguna duda de que el esquema nueva-vieja política aparece claramente subordinado al tradicional e inmarcesible eje izquierda-derecha.
Una repetición del escenario sería una presión adicional para favorecer la gran coalición o una coalición ampliada entre los diferentes partidos del sistema. Si eso ocurriera sería devastador para el imaginario social crítico, para la conciencia política de los millones de personas movilizados en nuestro país desde el 15M y también para la dimensión europea de la resistencia y la alternativa: frente al avance de la extrema derecha, los países del sur son hoy el último bastión de una conciencia de izquierdas en condiciones de confrontar con ese “egoísmo del bienestar” que se esconde tras el aumento del voto xenófobo.
Por otra parte, se habría perdido una oportunidad para intentar modificar algunas de las políticas que más daño y sufrimiento han producido en el conjunto de la población. En fin, una derrota en toda regla de los sectores populares, de la conciencia crítica y de la relación entre movilización y representación política.
Frente a esto se argumenta la utilidad de que las elecciones pongan a cada cual en su sitio vía el refrendo electoral de sus políticas. No es un argumento banal y conviene considerar el malestar que ha producido en sectores propios y ajenos una gestión tan superficial como arrogante del resultado electoral por parte de Podemos o torticera y tramposa por parte del PSOE.
Conviene no olvidar la autosatisfacción con la que fue celebrada la primera sesión del congreso de los diputados; incluso hubo quien se atrevió a elevar ese momento -bebé incluido- al altar de las rupturas epistemológicas en el continuum de la política pública. Y quien recuerda también que no se puede insultar reiterada y sañudamente a aquel con quien quieres negociar.
Pero no es menos cierto que el PSOE presentó un programa propio de gobierno que ya sabía que incumpliría porque estaba proyectando una estrategia en la que la izquierda alternativa estaba invitada como palmeros de una fiesta ajena. Una manera más de incrementar significativamente la desconfianza a quien ya no la merece.
Mi impresión es que siendo todas estas cosas ciertas, entretenerse en ellas considerando que son lo sustancial del debate de hoy es mirar la realidad con las gafas de ver de cerca. Una óptica cortoplacista justo en el momento en el que nos jugamos una opción, una posibilidad, de producir una situación políticamente insólita y que abra nuevas perspectivas.
Obviamente, el desafío de una coalición amplia de las izquierdas alternativas no es superar al PSOE, aun cuando este hecho generaría un nuevo espacio de conflicto político y partidario inexplorado y prometedor. Pero el enemigo es el PP y sus políticas indignas y miserables. Si la perspectiva es recuperar políticas para la mayoría social, entonces el concurso del PSOE se hace casi inevitable y la única manera de asegurar que ese escenario es, al menos, pensable, solo se producirá a condición de que la situación cambie respecto a las pasadas elecciones. Si no hay cambios, la gestión del próximo tiempo político quedará en manos de los partidos del sistema, exclusivamente.
Aceptar esa consecuencia dando prioridad a las pequeñas cuitas en el seno de la izquierda o al interior de cada partido es un enfoque demasiado próximo al tacticismo para resultar relevante.
Pero sería un error mayúsculo dar por bueno que el resultado de una coalición de esas características, tiene un suelo electoral que sería la suma de los votos que se produjeron entre las diferentes fuerzas en las anteriores elecciones. Eses es un espacio por ganar y para hacerlo no vale cualquier cosa. En este momento la visibilidad del proceso y los procedimientos son tan importantes como el hecho de la confluencia en sí mismo.
Las mismas encuestas que inducen al optimismo electoral llaman la atención sobre la desconfianza que existe en muchos sectores, de al menos Podemos e Izquierda Unida, respecto al sentido último del acuerdo. Es un malestar que tiene que ver con una gestión incomprensible del patrimonio propio en el caso de IU y de una estrategia fracasada por la parte de Podemos en la anterior etapa. No es por nada que en muchos sectores hay más expectación que alegría, sin dejar de considerar que se pueda tratar de una buena noticia.
Ganarse no solo a esos sectores, sino hacer posible que el conjunto del proceso pueda resultar ilusionante y tenga un efecto multiplicador sobre las expectativas electorales, no está ganado ni mucho menos. Y conviene advertir que una mala gestión de este patrimonio de ilusión asociado siempre al encuentro de las izquierdas puede sufrir un varapalo irrecuperable si las cosas no se hacen medio bien, al menos.
Y hacerlas medio bien no es tan complicado. Significa tomarse en serio la participación y opinión de la gente y por lo tanto, hacer procesos de consulta sustanciales, esto es, sobre el conjunto del acuerdo y no solo sobre las intenciones del mismo; significa no dar por supuestas las listas existentes, hay tiempo y condiciones para abrir un nuevo proceso de primarias que permita una participación masiva e inclusiva; significa abrir un proceso de debate y aprobación de un programa participado; significa respetar en el fondo y en las formas las diferentes “mochilas” que pueden integrar este viaje compartido; significa pensar la dimensión estatal del proyecto de manera que haya más actores que coincidan y sobre todo, mucha generosidad en los aspectos visibles del entendimiento: La importancia de las siglas o su falta de importancia debe ser igual para todos.
Este proceso de confluencia, para resultar creíble, debe enfrentarse al desafío de construir un “nosotros/as” en el que poder reconocerse. Y esa identidad no puede darse por conseguida por el simple hecho de que aparezca en los periódicos la expectativa de un acuerdo. Llegados a este punto las exigencias de responsabilidad no están simétricamente repartidas: hay un: “los de arriba y los de abajo” en la decisión política que no puede ser obviado. La confluencia es el objetivo y la ilusión el camino para conseguirla.