jueves, 17 de febrero de 2011

Mentiras del poder: siempre aparecen los mismos

Hablar sobre las mentiras del poder parece un ejercicio banal desde la publicación de los papeles de wikileaks. Estos confirmaron lo que todo el mundo intuia: la razón de estado sigue actuando con el mismo desparpajo que siempre. En los papeles se apreciaba que a esa racionalidad se subordinan todas las demás cuestiones: derechos humanos, democracia etc... nada nuevo, vaya.
Las noticias sobre el uso de la mentira en la disputa política o en la justificación de intereses inconfesables goza de una insultante cotidianeidad. Nada nuevo tampoco. Pero en los últimos tiempos, ese abuso de las lógicas de poder han abonado terreno ya sembrado: la desconfianza hacia lo público; la confirmación de que las instituciones democráticas son, también parte del problema y no de la solución. Así, la normalidad, alimenta la tesis del "sálvese quien pueda", el karma oficial del neoliberalismo doctrinario que nos agota.
Así es que la normalidad trabaja para el enemigo, no lo olvidemos. Y tanta "naturalidad" nos anestesia, despolitiza los intereses y los convierte, a todos, en idénticos e intercambiables. Pesa tanto la mentira del Departamento de Estado sobre la guerra de Irak como la del carnicero de la esquina sobre la calidad de sus productos. A fin de cuentas, todos mentimos.
En estos días han aparecido tres noticias que deberían servirnos para agitar conciencias y manifestar evidencias: la confirmación de que el cuento de las armas de destrucción masiva en Irak era una mentira deliberadamente inventada. La confesión de que el Fondo Monetario Internacional y sus miles de economistas a sueldo fueron incapaces de prever la crisis. Y conocer que el secretario de estado de energía, que hizo el informe con el que el gobierno pretende alargar la vida útil de las centrales nucleares, había realizado un informe para Nuclenor, diciendo lo mismo.
Las tres noticias son diferentes en importancia y consecuencias, pero todas ellas son relevantes, incluida la tercera. Podríamos haber incorporado un cuarto grupo de noticias con "las cosas de Berlusconi", pero la condición esperpéntica de la situación nos aconsejaba dejar, mejor, ese tema por esta vez.
La evidencia pública, en el contexto de la hegemonía neoliberal, de esa colusión permanente de intereses privados y poder, incluidas democracias jóvenes y viejas, alimenta la desafección a la política en general y mina las bases de la confianza en las instituciones públicas. Así, éstas, se ven golpeadas por su inanidad frente a la crisis económica y la evidencia de su complicidad con intereses espúreos, lejos del interés general y el bien común.
El mantenimiento de esta situación agota las energías "republicanas" de la sociedad civil y disminuye la audiencia de discursos de matriz comunitaria. Ser conscientes de esto debería inducirnos a considerar, al menos, dos cosas. La primera, ser beligerantes y críticos con estos usos del poder y hacerlo preservando la condición pública de las instituciones, su necesidad y el respeto por su vocación de servicio al bien común.
En segundo lugar, dar ejemplo de transparencia, de democratización y de saber escuchar allí donde, desde la izquierda, tengamos poder e influencia. Serviría también, esta reflexión, para el ejercicio del poder en organizaciones políticas y sociales, pero eso no toca ahora.
Moralizar el poder, es decir, defender la lógica de que el poder debe hacer aquello para lo que ha sido elegido y convocado, es un ejercicio de repolitización y democratización del espacio público. Y recuperar este espacio es imprescindible para seguir pensando que la izquierda tiene alternativas y posibilidades de defenderlas con credibilidad.